miércoles, 22 de octubre de 2008

La realidad de los versos


A pesar de que muchos piensan que la música actual carece de sentimiento y que la mayoría de los artistas simplemente aglutinan versos con el fin de ganar y ganar dinero, aun podemos encontrar a muchos músicos cuyas letras no son sino el reflejo de nuestras vidas, de nuestras preocupaciones, de nuestras críticas o simplemente de lugares mejores que entre todos, tarde o temprano podemos conseguir a base de esfuerzo y ayuda mutua.

Posiblemente sea en las canciones de cantautor en las que más suele reflejarse este hecho, en las que no solo importa que la letra y los acordes queden bonitos, sino que también debe enseñar algo o más bien despertar sentimientos que se encuentran en nuestro interior y que por ignorancia o simplemente por hipocresia obviamos

Por desgracia en estos tiempos que corren parece que el sitio que les queda a estos tipos de músicos es cada vez más escaso. Normalmente los jóvenes repudian el solo hecho de pensar en asistir a un evento o a un concierto de este estilo. Consideran que la música no es lo suficientemente "cañera" para sus ya adormecidas cabezas en las que continuamente entran y salen innumerables parrafadas que tienen el fin ultimo de provocar un efecto anestesia que los aleje de la realidad.
Esta tarde, visitando blogs por la red he encontrado uno que me ha sorprendido mucho: Era el blog de Ismael Serrano, un cantautor al que tuve la oportunidad de ver en directo y cuya música recomiendo a todo el que quiera despertar esos sentimientos o simplemente a aquel que quiera comprobar lo que antes he descrito.
Con la incertidumbre de pensar en que habría en esa dirección he decidido dentrar y he encontrado una entrada en la que habla de la estancia en guatemala durante su gira por lationamérica. Me ha impactado bastante y por ese motivo me gustaría mostrarosla, porque "la música es, en parte, reflejo de quienes la crean".




Lo que sostiene la vida

En la mirada del joven policía militar que custodia la puerta del hotel hay más sueño que fiereza pero su presencia no deja de ser inquietante para mí. Apuro el primer cigarro de la mañana (sí, ya sé que no debería fumar tan temprano) mientras veo como acuden varios militares con sus casacas verdes cargadas de medallas y galones al hotel que abandonamos tras varios días de estancia en Guatemala. En la entrada un cartel avisa de la celebración de un congreso de medicina militar. La presencia de tanta gente vestida de caqui me resulta incómoda, en un país cuya historia está marcada por los abusos de un ejército que golpeó de forma cruel a la población civil durante tantos años de guerra, que pisoteó sistemáticamente los derechos de sus compatriotas, que despreció la democracia imponiendo años de guerra y dictadura.

Nuestra primera visita a Guatemala ha sido intensa. Nada más llegar nos reunimos con gente de Oxfam Internacional. Nos quieren proponer participar en una campaña de agricultura que se lanzará dentro de poco. Nos hablan de la situación que vive el campo guatemalteco, de la precariedad en que viven los pequeños/as campensinos/as, de cómo la carestía de los precios de los alimentos se ceba en ellos, de su desamparo, de los abusos de los finqueros que les expropian y les acorralan (el 5% de la población es propietaria del 80% de la tierra), de cómo el cultivo de palma africana va comiendo terreno a sus cultivos tradicionales de maíz, de grano básico, del desamparo absoluto en el que viven, de la necesidad de que el estado intervenga, de la distancia entre la ciudad y el campo, que va más allá de la geográfica.

Me dan algunos datos:
-El sector de la agricultura en Guatemala aporta el 25% de su PIB
-El 60% de la población vive en el área rural, donde existe un alto grado de concentración de la pobreza
-El sector agrícola guatemalteco aglutina el 36% del empleo y genera 27% de las divisas en concepto de exportaciones.
-El 50% de los municipios del país no logran satisfacer su demanda interna de maíz para alimentación humana. La mayoría de estos municipios son los que sufren desnutrición y pobreza extrema.

Sin embargo a pesar de la aportación innegable que el campo hace a la economía del país hay quien lo ve como un lastre para su progreso y desarrollo. Nada más lejos de la realidad según las cifras que me han dado. Hay que revalorizar el campo, me dicen. Y pedir al Estado que intervenga y ayude al pequeño campesinado, que defina políticas que garanticen la asistencia técnica y los créditos, que invierta en sistemas de regularización de precios ante la terrible alza de la canasta básica.

Me proponen realizar un encuentro en sus oficinas con portavoces de organizaciones campesinas al día siguiente, para que nos cuenten de primera mano cuales son sus problemas, aquellos a los que se enfrentan diariamente. Allí estaremos.
Al día siguiente por la mañana, rueda de prensa. Hablamos de música, del concierto que daremos y de la campaña de agricultura. De allí partimos hacia la reunión en las oficinas de Oxfam.
Tras un recorrido por las instalaciones y después de saludar a la gente que allí trabaja nos dirigimos a una sala donde nos encontramos con varias personas en torno a una mesa, que representan a algunas organizaciones campesinas. Nos vamos presentando uno a uno, una a una. Casi todas son mujeres. La campaña de Oxfam quiere hacer hincapié en la especial dificultad que sufre la mujer en el contexto de pobreza del medio rural.

Una a una nos explican a qué organización representan y en qué regiones trabajan. Un sentimiento de culpa me traspasa el alma cuando descubro las distancias que han recorrido para reunirse con nosotros y hacernos participes de sus problemas.

Una mujer empieza a hablar y nos cuenta que forma parte de una de las comunidades que se vio desplazada a México por la guerra en el país. Nos habla de la situación de acorralamiento permanente en que viven tras volver a su tierra. Una mujer menuda, vestida con sus colores tradicionales, conversa con una niña entre los brazos. Nos cuenta su lucha mientras la criatura sonríe y juega con el mapa que hay sobre la mesa. Muchas de esas mujeres fueron esa niña y se formaron en reuniones como esa. Escuchando a sus padres hablar de las dificultades a que les someten los finqueros tal y como ellas nos cuentan ahora. Su batalla es la misma que la de sus ancestros.

Otra mujer nos habla de cómo las grandes fincas empobrecen las tierras con sus cultivos y sus abonos químicos, contagiando a sus pequeñas parcelas vecinas donde practican cultivos tradicionales, otra de cómo desvían el curso de las cuencas para regar las grandes propiedades dejando sin agua las tierras de mayas y campesinos, condenando a la inundación a las poblaciones por las que pasan los nuevos ríos artificiales cuando el agua, terca, busca el regreso a su camino natural.

Un hombre nos habla del desamparo en el que se vive, de la necesidad de una unidad, de la dignidad de su trabajo y de la ausencia de respuestas por parte de las instancias políticas y jurídicas.

Allá donde ellos labran el surco el Estado no llega. La poca ayuda que recibían ha sido desmantelada sistemáticamente por ajustes estructurales impulsados desde la OMC y por la implementación del Tratado de Libre Comercio.

Reflexionamos sobre el papel del Estado y me pregunto: ¿si nos parece legítimo y digno de elogio que el Estado intervenga, con el dinero de los contribuyentes, para salvar el sistema financiero y bancario hasta el punto de nacionalizar bancos y empresas privadas en gran parte responsables del desastre, por qué no ha de serlo también que intervenga cuando el sector agrícola de los pequeños/as campesinos/as lo necesita, más aún cuando se demuestra que el mercado desregularizado, que las experiencias que hasta ahora dirigieron su rumbo, conducen al desastre, al imperio de la ley de la codicia, al abandono de las necesidades de la gente, a la renuncia en este caso de la soberanía y la seguridad alimentaria?

Trato de escuchar y de nuevo la culpa me traspasa acompañada de impotencia. Les agradezco su atención y les prometo trasladar a los medios de comunicación la campaña en la que trabajan esperanzados.

Después de la reunión vemos caer la noche en Antigua. Los volcanes vigilan la puesta de sol y paseamos por sus calles adoquinadas y sus casas coloniales mientras las viejas iglesias ven ensombrecer sus fachadas que van devorando a los últimos fieles. La hermosa ciudad de Antigua es una burbuja en la que la calma te acompaña hasta la puerta del café donde estudiantes y turistas disfrutan de la charla despreocupada, hasta los mercados donde brillan los colores de las mantas y los bordados mayas a la espera de una caricia extranjera.

Al día siguiente realizamos nuestro primer concierto en Guatemala. Con los nervios inevitables de las primeras citas salimos al encuentro de nuevos amigos en un nuevo Peumayen. El entusiasmo del público nos desborda. Cantamos canciones hasta que la noche cae en nuestra ciudad soñada como lo hizo en Antigua. Una gran jornada. Nuevos viejos amigos.

Apago mi cigarro mientras el policía mira aburrido el pasar de los coches con su arma entre las manos y hago repaso de lo vivido.

El maíz es el alimento base de los pueblos maya. Los científicos europeos lo bautizaron como Zea Mays. Zeo en griego quiere decir vivir. Mays proviene del vocablo mahís que en la legua taína del Caribe quiere decir “el que sostiene la vida”. Cientos de años después, las cosas, a veces, no parecen haber cambiado tanto.

Dicen que el calendario maya marca el final de una era en diciembre del 2012. Entonces comenzará un nuevo ciclo. Quizás entonces las cosas cambien. Quizá se trate de una nueva era en la que los pueblos originarios sean escuchados. Quizá entonces impregnen de su sabiduría nuestro rumbo, y el equilibrio entre el progreso y el respeto a la tierra en la que vivimos llegue a ser entendido como prioridad necesaria.

Dejamos Guatemala atrás. Salimos muy temprano para Ecuador donde prosigue nuestra gira. Encantado de conocerte Guatemala. Gracias por todo y hasta pronto.




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